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Inteligencia emocional en las empresas: El arte de gobernar con sabiduría.

  • Foto del escritor: Julio C Morales
    Julio C Morales
  • 17 jul
  • 3 Min. de lectura

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En el mundo empresarial actual, donde los números mandan y la eficiencia parece ser la única brújula, hay un elemento silencioso pero determinante que marca la diferencia entre un equipo que sobrevive y uno que prospera: la inteligencia emocional.

Hablar de inteligencia emocional no es solo hablar de controlar emociones o evitar conflictos. Es, en esencia, comprender que toda organización está compuesta por personas, y que el motor de cualquier empresa no es solo su producto, ni sus sistemas, sino la manera en la que las personas piensan, sienten y se relacionan entre sí.


Aristóteles y el equilibrio de las pasiones


El filósofo griego Aristóteles, en su Ética Nicomaquea, decía que la virtud está en el justo medio: ni en el exceso ni en la carencia, sino en el equilibrio. La valentía, por ejemplo, no es temeridad ni cobardía, sino la justa medida entre ambas. Lo mismo aplica en el ámbito de las emociones: no se trata de reprimirlas ni de dejarse arrastrar por ellas, sino de aprender a gestionarlas con sabiduría.


En una empresa, esto se traduce en líderes capaces de actuar con templanza, colaboradores que comunican con empatía, y equipos que enfrentan la presión con serenidad. No se trata de “ser buena onda”, sino de tener la capacidad de reconocer lo que uno siente y lo que los otros sienten, y actuar en consecuencia para el bien común.


La empresa como polis


Aristóteles también decía que el ser humano es un "animal político", es decir, un ser destinado a vivir en comunidad. Las empresas, desde esta visión, son una especie de polis moderna: pequeñas ciudades donde conviven distintas voluntades, intereses y temperamentos. Para que esta comunidad funcione, no basta con imponer reglas o metas. Hace falta ética, diálogo, sentido de justicia, y sobre todo, inteligencia emocional.


La productividad real, la que se sostiene en el tiempo, no se impone por la fuerza. Se cultiva en entornos donde las personas se sienten vistas, escuchadas y valoradas. Donde el error no se castiga con humillación, sino que se transforma en aprendizaje. Donde el líder no es un tirano, sino un ejemplo de ecuanimidad.


¿Qué pasa cuando no hay inteligencia emocional?


Cuando en una organización reina la impulsividad, el egocentrismo o la indiferencia emocional, el costo se refleja en todas partes: en la rotación de personal, en los conflictos internos, en la baja moral y hasta en las ventas. Y lo peor: se crea una cultura tóxica que aleja el talento y frena la innovación.


En cambio, cuando se cultiva la inteligencia emocional, se forma una cultura organizacional sólida, con relaciones más sanas, decisiones más acertadas y un liderazgo más humano. Como diría Aristóteles, no hay excelencia sin hábito, y la inteligencia emocional también es un hábito que se entrena.


¿Cómo empezar a aplicarla?

  1. Autoconciencia: reconocer nuestras emociones antes de reaccionar.

  2. Autorregulación: responder, no reaccionar.

  3. Empatía: entender al otro más allá de su rol.

  4. Habilidad social: construir vínculos de confianza.

  5. Motivación interna: alinear lo que hacemos con un propósito mayor.


Conclusión: liderar con el corazón y con la razón


En tiempos donde lo urgente parece aplastar lo importante, la inteligencia emocional nos recuerda que una empresa no se sostiene solo con estrategias brillantes, sino con personas emocionalmente equilibradas. En palabras de Aristóteles, “educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”. Lo mismo aplica para las empresas: construir un negocio sin desarrollar la inteligencia emocional de su gente, no es construir una empresa sustentable.

 
 
 

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